LA FIESTA DE LA MISERICORDIA


La Fiesta de la Divina Misericordia ocupa el primer lugar entre todos los elementos de la devoción a la Divina Misericordia pedida por Nuestro Señor a través de Santa María Faustina del Santísimo Sacramento. La voluntad del Señor respecto al establecimiento de esta Fiesta fue manifestada desde Sus primeras revelaciones a la santa. En total, fueron catorce las revelaciones sobre esta Fiesta.

De hecho, Jesús Mismo le dictó las intenciones de cada día de la novena que Él desea que se celebre como preparación para la observancia solemne de esta Fiesta. En una ocasión, luego de que Jesús insistiera sobre lo siguiente:
Haz todo lo que está en tu poder por la obra de Mi misericordia, Él añadió: Mi corazón se regocija de esta Fiesta. Santa María Faustina concluyó: Después de estas palabras, comprendí que nada puede liberarme de este deber que el Señor exige de mí.

El deseo explícito de Nuestro Señor es que esta Fiesta se celebre el primer domingo después de Pascua. En ocho revelaciones Él une la Fiesta a ese domingo en particular. También Se refiere implícitamente a una conexión entre esta Fiesta y ese domingo en otras ocasiones registradas en el Diario de Santa María Faustina.

El "Primer Domingo después de Pascua" — designado en la "Liturgia de las Horas y la celebración eucarística" como la "Octava de Pascua", fue nombrado oficialmente como Segundo Domingo de Pascua después de la reforma litúrgica de Vaticano II. Ahora, por decreto de la Congregación del Culto Divino y Disciplina de los Sacramentos, el nombre de este día litúrgico ha sido modificado a "Segundo Domingo de Pascua o de la Divina Misericordia".

El Papa Juan Pablo II anunció sorpresivamente este cambio en su homilía durante la canonización de Santa María Faustina el 30 de abril de 2000. Ese día declaró: "Así pues, es importante que acojamos íntegramente el mensaje que nos transmite la Palabra de Dios en este segundo domingo de Pascua, que a partir de ahora en toda la Iglesia se designará con el nombre de Domingo de la Divina Misericordia."

Con las palabras "que acojamos íntegramente el mensaje", el Santo Padre se refería a la relación estrecha entre el Misterio Pascual de la Redención — la Pasión, muerte, sepultura, resurrección y ascensión de Cristo seguido por el envío del Espíritu Santo, y esta Fiesta de la Divina Misericordia en la octava de Pascua. Su Santidad también dijo al citar el Salmo Responsorial de la Liturgia: «Den gracias al Señor porque Él es bueno, porque es eterna Su misericordia» (Salmo 118, 1). Así canta la Iglesia en la octava de Pascua, casi recogiendo de labios de Cristo estas palabras del Salmo que en el Cenáculo da el gran anuncio de la Divina Misericordia y confía Su ministerio a los Apóstoles: «Paz a ustedes. Como el Padre me ha enviado, así también los envío yo. (...) Reciban el Espíritu Santo; a quienes les perdonen los pecados les quedan perdonados; a quienes se los retengan les quedan retenidos» (Juan 20, 21-23)."

Lo que el Santo Padre continúa diciendo aclara por qué Jesús insiste en que la imagen sagrada de Él Mismo como la Divina Misericordia debe ser venerada en todo el mundo en conexión con la observancia de este domingo. Su Santidad dijo: "Antes de pronunciar estas palabras, Jesús muestra Sus manos y Su costado, es decir, señala las heridas de la Pasión, sobre todo la herida de Su corazón, fuente de la que brota la gran ola de misericordia que se derrama sobre la humanidad. De ese corazón Sor Faustina Kowalska, la beata que a partir de ahora llamaremos santa, verá salir dos haces de luz que iluminan el mundo:
Los dos rayos, le explicó Jesús Mismo, significan la Sangre y el Agua. ¡Sangre y agua! Nuestro pensamiento va al testimonio del evangelista San Juan, quien, cuando un soldado traspasó con su lanza el costado de Cristo en el Calvario, vio salir «sangre y agua». Y si la sangre evoca el sacrificio de la cruz y el don eucarístico, el agua, en la simbología joánica, no sólo recuerda el bautismo, sino también el don del Espíritu Santo (cf. Juan 3, 5; 4, 14; 7, 37-39).

La Divina Misericordia llega a los hombres a través del corazón de Cristo crucificado: Di, hija Mía, que soy el Amor y la Misericordia Misma.Cristo derrama esta misericordia sobre la humanidad mediante el envío del Espíritu que, en la Trinidad, es la Persona — Amor. Y ¿acaso no es la misericordia un "segundo nombre" del amor (cf. Rico en misericordia, 7), entendido en su aspecto más profundo y tierno, en su actitud de aliviar cualquier necesidad, sobre todo en su inmensa capacidad de perdón?"

De esta enseñanza del Santo Padre, en ocasión solemne al "proponer a toda la Iglesia, como don de Dios a nuestro tiempo, la vida y el testimonio de Sor Faustina Kowalska" podemos deducir que el momento más oportuno, el más acertado, para honrar solemnemente la Divina Misericordia es inmediatamente después de Pascua de Resurrección y recordar que Cristo obtuvo nuestra redención.
San Agustín llamaba a los ocho días de Pascua (que para la Iglesia litúrgicamente constituye un solo día — día de la nueva creación) "días de misericordia y perdón". Además, llamaba a esta octava de Pascua (que Nuestro Señor le insistió a Santa María Faustina que es la Fiesta de la Misericordia, Diario, 88) "el resumen de los días de misericordia"(Sermón 156, Dom.InAlbis).

No es de extrañarse que ya durante su peregrinación a la tumba de Sor Faustina el 7 de junio de 1997, el Papa Juan Pablo II declaró: "Doy gracias a la Divina Providencia porque me ha concedido contribuir personalmente al cumplimiento de la voluntad de Cristo, mediante la institución de la Fiesta de la Divina Misericordia."

                      Veneración de la imagen

La imagen de Jesús, la Divina Misericordia, debe tener un lugar especial de honor en la Fiesta de la Misericordia, un recordatorio visible de todo lo que Jesús hizo por nosotros a través de Su Pasión, Muerte y Resurrección. Debe ser, además, un recordatorio de lo que Él nos pide a cambio: confiar en Él y ser misericordioso con los demás.

Quiero que la imagen sea bendecida solemnemente el primer domingo después de Pascua y que se la venere públicamente para que cada alma pueda saber de ella
.

                    
Una promesa especial de misericordia

La promesa de nuestro Señor de conceder el perdón total de los pecados y los castigos en la Fiesta de la Misericordia está documentada tres veces en el Diario de Santa María Faustina. Cada referencia es un poco distinta:

Deseo conceder el perdón total a las almas que se acerquen a la confesión y reciban la Santa Comunión el día de la Fiesta de Mi Misericordia.

Quien se acerque ese día a la Fuente de Vida, recibirá el perdón total de las culpas y de las penas.

El auna que se confiese y reciba la Santa Comunión obtendrá el perdón total de las culpas y de las penas.

                      
Gracias extraordinarias

Una cosa parece bien clara: por medio de esta promesa, nuestro Señor está enfatizando el valor infinito de la Confesión y la Comunión como milagros de misericordia. Quiere que nos demos cuenta de que, ya la Eucaristía es Su Propio Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, ella es la "Fuente de Vida"
. La Eucaristía es Jesús Mismo, el Dios Vivo, que anhela derramarse en nuestros corazones como Misericordia.

¿Por qué nuestro Señor sentiría la necesidad de enfatizar esto? Porque mucha gente realmente no lo entiende. O no ven la necesidad de recibir la Santa Comunión o la reciben simplemente por costumbre. Como explica San Pablo en su "Carta a los Corintios", ellos comen el pan o beben el cáliz del Señor indignamente, "sin reconocer el Cuerpo [del Señor]" (1 Corintios 11, 27-29).

En Sus revelaciones a Santa María Faustina, nuestro Señor deja bien claro lo que está ofreciéndonos en la Santa Comunión y cuánto le duele a Él cuando tratamos Su presencia con indiferencia:

Mi gran deleite es unirme con las almas... Cuando llego a un corazón humano en la Santa Comunión, tengo las manos llenas de toda clase de gracias y deseo dárselas al alma, pero las almas ni siquiera Me prestan atención, Me dejan solo y se ocupan de otras cosas. Oh, qué triste es para Mí que las almas no reconozcan al Amor. Me tratan como una cosa muerta.

Me duele mucho cuando las almas consagradas se acercan al sacramento del Amor solamente por costumbre como si no distinguieran este alimento. No encuentro en sus corazones ni fe ni amor. A tales almas voy con gran renuencia, sería mejor que no Me recibieran.

Oh, cuánto Me duele que muy rara vez las almas se unan a Mí en la Santa Comunión. Espero a las almas y ellas son indiferentes a Mí. Las amo con tanta ternura y sinceridad y ellas desconfían de Mí. Deseo colmarlas de gracias y ellas no quieren aceptarlas. Me tratan como una cosa muerta, mientras que Mi Corazón está lleno de Amor y Misericordia. Para que tú puedas conocer al menos un poco Mi dolor, imagina a la más tierna de las madres que ama grandemente a sus hijos, mientras que esos hijos desprecian el amor de la madre. Considera su dolor. Nadie puede consolarla. Ésta es solo una imagen débil y una tenue semejanza de Mi Amor.

Pues entonces, la promesa del perdón total, hecha por nuestro Señor es un recordatorio y un llamado. Es un recordatorio de que Él está verdaderamente presente y verdaderamente vivo en la Eucaristía, lleno de amor para nosotros y esperando que nos dirijamos hacia Él con confianza. Y es un llamado para que todos nos purifiquemos en Su Amor por medio de la Confesión y la Santa Comunión — sin importar la gravedad de nuestros pecados — y que empecemos de nuevo nuestras vidas... Él nos ofrece un nuevo comienzo, una pizarra limpia.